En Los relámpagos de agosto asistimos a las memorias de un ficticio general revolucionario, José Guadalupe Arroyo, sobre hechos ocurridos durante 1928 y 1929 (en tiempos de la guerra cristera), tal como éste se las relata a Ibagüengoitia, quien logra crear un personaje por el que se puede sentir empatía pese a lo ridículo que es.
El autor parodia las biografías y autobiografías de los militares de la Revolución utilizando el estilo, ridiculizado, de hablar de los revolucionarios venidos a políticos: ninguno de ellos puede abrir la boca sin que parezca que está a punto de dar un discurso frente a una gran audiencia y el protagonista y narrador de la historia, Guadalupe Arroyo, que critica esta tendencia en el resto de los personajes, cae en la misma afectación al referir sus hazañas.
Este último es otro de los recursos de los que se vale Ibagüengoitia para dotar de gran humor a su novela: Arroyo, está siempre listo para encontrar innumerables defectos en todos cuantos le rodean, enemigos o amigos (es decir, futuros enemigos), pero nunca para considerar los propios, pues a sí mismo sólo se ve como un manojo de virtudes, un héroe sin parangón, pese a que la narración nos vaya mostrando todo lo contrario, que él es tan inepto como sus compañeros de lucha.
